Si hay algo que me gustaría que supieras de mí, es que me apasiona enseñar sobre sexualidad.  No surgió de la teoría, sino de una herida profunda.

Cuando tenía solo 3 años fui abusada. El abuso se extendió por varios años y marcó mi vida de formas que apenas podía entender. Crecí con una idea distorsionada del sexo, atrapada entre el silencio y la confusión. Pero fue en medio de ese dolor donde conocí a Jesucristo. Su gracia me alcanzó, me sanó y me dio una nueva vida. Él me restauró y me dio un propósito: traer luz a los rincones oscuros.

Durante casi 10 años formé parte del equipo de consejería de mi iglesia, y fue allí donde descubrí cuánto me apasiona ayudar a las personas y hablar de sexualidad desde la perspectiva de Dios. Al principio tuve miedo: miedo a ser juzgada, a no ser escuchada, a tocar un tema tan malentendido. Recuerdo la primera vez que hablé con un grupo de chicas sobre integridad sexual… sus rostros eran de sorpresa, y al final, nadie hizo preguntas. Pensé que había fallado. Pero hoy, más de 20 años después, entiendo que ese silencio también hablaba: hablaba de una gran necesidad, de una generación con dudas, heridas y anhelos que muchas veces no saben cómo expresar.

Con el tiempo decidí prepararme profesionalmente. Estudié Psicología, luego un máster en Sexología y Terapia de Parejas, y más adelante realicé una residencia especializada en sexología para comunidades cristianas. También me he capacitado en trauma, abuso sexual, infidelidad, adicción sexual y temas relacionados. Actualmente curso una maestría en Psicología Clínica e Integrativa.

Hoy acompaño a mujeres, hombres y parejas a descubrir que el sexo, tal como Dios lo diseñó, es bueno, limpio, profundo, y libre de culpa o vergüenza. Mi misión es clara: ofrecer una educación sexual con principios bíblicos, prevenir el abuso sexual infantil y enseñar que la intimidad es un regalo precioso de nuestro Creador.